“Lo que no se mide no se puede mejorar”. La máxima atribuida a William Thomson, un físico, matemático e ingeniero británico del siglo XIX, y usada en el mundo de los negocios, quizá ha sido confirmada por un sinfín de organizaciones. B Lab, por ejemplo, la ha probado como cierta. Y tiene evidencia de ello.
Hace 17 años, en Estados Unidos, tres amigos decepcionados de los negocios crearon B Lab (con ‘b’ de beneficio), una organización sin fines de lucro que pretendía crear una nueva economía en la que las empresas no solo buscaran su éxito financiero, sino compartirlo para construir un mundo más justo, equitativo y sustentable. En ese entonces parecía una utopía, pero el movimiento ha ido ganando adeptos...
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Este modelo económico permite que las empresas impulsen su crecimiento sin comprometer los recursos naturales. Las Empresas B pueden aprovechar esta oportunidad para ser más rentables y resilientes, contribuyendo al desarrollo sostenible.
Los nuevos estándares de la Certificación B están transformando el camino hacia una mayor responsabilidad social y ambiental.
Cuando las especies nativas de peces comenzaron a desaparecer en los lagos de Finlandia, los pescadores locales usaron sus negocios para regenerar los ecosistemas dañados.